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“Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti” Friedrich Nietzsche
Las áreas que no dependen de definiciones rígidas como la física, gozan de la riqueza y la dificultad de la ambivalencia de las palabras. Hay pocas palabras que tengan tanto esta condición como el ego.
En el uso común, esta palabra se identifica con la imagen que tiene una persona de sí misma, sobretodo con su nivel propio de confianza, lo que se relaciona con la terquedad y la vanidad. Por esto, se habla del ego como algo medible, que puede ser grande o pequeño. Por otro lado, se nos dice que el ego es el cúmulo de expectativas que tenemos de nosotros mismos, que probablemente provienen de los demás.
Debido a esta ambigüedad, vamos a partir de la definición que Jiddu Krishnamurti nos da. Según éste, el ego es el movimiento del pasado. Si se acepta que todo en el Universo está en movimiento, el ego es aquella parte del todo que temerosamente se apegó a algo y, en consecuencia, se separó del todo. Es, por tanto, aquella parte de nosotros que se quedó en un evento del pasado, que añora un estado de cosas y por tanto crea un ideal que choca con la actualidad, que impide aceptarse tal y como es uno. Por esto, el ego es un conjunto de exigencias del pasado que se ciñen sobre el presente, y pueden venir de otras personas o de un antiguo yo, que vendría a ser lo mismo.
Vistos así, el ego y, por tanto, la separación, son trauma puro. En psicología, el trauma surge cuando no tenemos la capacidad de responder frente a un peligro. Vivir es un constante baile entre un reto, que siempre es nuevo, y la respuesta, que puede ser nueva o vieja. No obstante, hay retos tan grandes que llegan a amenazar nuestra propia existencia, ya sea psíquica o física, y que evitan que podamos dar una respuesta adecuada a los mismos.
Como lo explica Stephen Porges, frente a un peligro todo animal tiene tres opciones de respuesta, que no son excluyentes entre sí. En primer lugar, puede acudir al sistema de socorro social. Mediante éste, se busca la ayuda de quienes nos rodean. Esta respuesta está mediada por el nervio vago y por las partes del cerebro encargadas del habla y el lenguaje, a veces llamado Neocórtex. Si esta estrategia no sirve, el sistema nervioso autónomo acude a la reacción de lucha o huída, controlada por el sistema límbico o mamífero. Finalmente, el tallo cerebral y el cerebelo, también conocido como el cerebro reptil, acude a la estrategia de colapso o congelamiento, tratando de preservar el organismo apagándolo y tratando de ahorrar la mayor cantidad de energía.
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Imagen tomada de: The Body Keeps the Score, Bessel Van Der Kolk, M.D.
El problema es que, cuando un peligro es de una naturaleza tal que el animal no puede reaccionar adecuadamente, su cuerpo y por tanto su mente quedan atrapadas en el momento de los hechos traumáticos. La persona queda en un estado de supervivencia, por lo que le es imposible volver a confiar en los demás, sentirse cómoda con una mirada a los ojos o mantener ciclos regulares de sueño y concentración.
También, muchos pierden el sentido de proporcionalidad frente a los peligros, por lo que pueden reaccionar de manera desproporcionada a situaciones relativamente seguras, lo que genera a su vez un desgaste energético permanente. Frente a esta situación, muchas personas inconscientemente empiezan a desensibilizarse a las señales que su cuerpo les da, por lo que pueden perder el apetito, la empatía, volverse apáticas o simplemente sentir un dolor físico constante sin una aparente conexión con un evento psicológico.
Incluso, un trauma puede ser tan fuerte que afecte la identidad de la persona, razón por la que algunas personas que han sufrido un trauma muy profundo ni siquiera son capaces de reconocerse al espejo. Como el ser queda atrapado en el pasado, paradójicamente recurre al trauma para sentirse vivo de nuevo, o busca emociones extremas en el deporte, el sexo o las adicciones que logren traerlo al presente. Al ser lo único que sienten como real, muchas víctimas terminan visitando constantemente el trauma como un refugio que los hiere pero que, a la vez, los conforta.
Veamos un ejemplo de una situación traumática. Una pareja pelea aireadamente frente a su hijo, y el padre empieza a golpear a su madre. La madre hace parte del círculo de empatía del niño, por lo que un ataque a ella es un ataque a sí mismo. Si no tiene a quién pedir ayuda, no puede pelear contra a su padre porque de todas maneras lo ama, y tampoco se puede paralizar porque están golpeando a su madre, existe una situación perfecta para el trauma.
Lo que marca a los pacientes del trauma es que viven en la paradoja de que el trauma quedó profundamente grabado en ellos, pero de manera fragmentada. Por esto, al recordar los eventos traumáticos no pueden recontarlo como una historia con principio, enlace y final, sino que asocian olores, colores o sonidos con lo ocurrido y literalmente lo reviven en el presente.
Por tanto, existe una memoria cotidiana que es la grabación en el cerebro de lo vivido, la cual es accesible si uno decide recordar un momento. En este tipo de memoria recordar es olvidar, pues es una memoria frágil que tiene el propósito de darnos un sentido de continuidad e identidad.
En cambio, la memoria traumática queda fuera del tiempo y sigue inmutable al paso de los años, reviviéndose constantemente sin un control por parte de la persona. En realidad, la mayoría de la gente no recuerda los hechos traumáticos sino que asocian vivencias a sentimientos muy fuertes que no saben de dónde provienen. Por esto, el trauma podría definirse como el movimiento involuntario del pasado, algo que comparte todas las características con el ego.
La neurociencia brinda nuevas luces sobre el tratamiento del trauma y, por analogía, del ego. Tradicionalmente, se pensaba que si algo que existía en el subconsciente podía ser traído al consciente por medio de la palabra, la persona podría superar el trauma. No obstante, hay que entender que el trauma o el ego no “se superan”, pues no son algo que habite dentro de una persona, sino son procesos que se crean de momento a momento.
Por esto, el camino no es ni la lucha contra el trauma ni su análisis exhaustivo, sino estar consciente de momento a momento los motivos por los cuales se revive, para entender cómo el trauma se incorpora en todo el fenómeno del vivir. A su vez, se deben eliminar las barreras que impiden el contacto directo para encontrarse con él. Para esto, se debe seguir la vía por la que el trauma se creó.
Inicialmente, la palabra sólo puede resolver el trauma más superficial, que es el que surgió a un nivel verbal, pero para las reacciones de lucha o huída o el congelamiento, el tratamiento debe ser primordialmente corporal, pues se trata de traumas pre-verbales. El trauma sobrevive en el sistema nervioso, el sistema endocrino, en los músculos y, de ahí, se proyecta a la mente. Entonces, no se trata de que alguien simplemente no tenga la valentía de dejar ir el pasado o de que esté apegado a él por simple deseo. En realidad, existe una incapacidad química de superar el pasado, un entendimiento que inmediatamente debería despertar compasión por aquellas víctimas que, en muchas ocasiones, se convierten en victimarios.
Obviamente, para curar un trauma grave debe existir un proceso acompañado por un terapista. No obstante, en tanto cada uno de nosotros ha vivido y vive situaciones en las cuales se siente abrumado por las circunstancias y no entiende cómo le pudo pasar algo negativo, es útil conocer el principio de la terapia.
Todo tratamiento del trauma debe enfocarse en solucionar los problemas de la parte del cerebro más primitiva, que es la llamada reptil, a la más reciente, que es el llamado Neocórtex.
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Pirámide de necesidades de Maslow. El camino para superar el trauma o el ego es el mismo que hacia la autorrealización: el cuerpo es la raíz.
En el cerebro reptil, lo más importante es el sentido de seguridad. Sin esto, la persona no es capaz de abordar el trauma por medio de la palabra. Esto significa tomar responsabilidad por las funciones del cerebro reptil, como lo son el sueño, el apetito, la respiración y la homeostasis.
También, en algunos la búsqueda de la seguridad puede significar tomar una clase de Krav Magá que les dé la sensación que brinda saber defenderse, realizar meditación dinámica para que todo lo que está guardado florezca y, para otros, practicar yoga todas las mañanas para relajar los músculos que quedaron tensos desde el evento traumático. Incluso existen ejercicios creados específicamente para solucionar el trauma como lo es el TRE, sistema acuñado por David Berceli que se sirve de temblores espontáneos en el cuerpo para liberar el trauma. Finalmente, el uso de musicoterapia con audios que buscan inducir un estado de relajación en el cerebro, como Lifeflow, puede ser benéfico.
En el cerebro mamífero, lo más importante es el sentido de pertenecer. El apoyo social aquí es crucial, así como el manejo de emociones, la intimidad y el auto-estima. El tratamiento del trauma o del ego se trata de que lo que está quieto vuelva a moverse. Por esto, el canto o más aún el baile, que mezcla el movimiento con el ritmo, son maneras muy efectivas de aprender a dejar al pasado en su lugar, así como sentir una sincronía que sólo puede sentirse cuando existe una expresión creativa grupal, como con los coros o el teatro. En los bebés el sentido del ritmo se aprende a partir del gateo, lo que muestra la relación entre el movimiento y el ritmo.
La persona que ha sufrido un trauma teme a la vulnerabilidad, pues sentir es una puerta al sufrir. Por esto, toda actividad que cree un espacio que invite a la expresión segura de las emociones, es bienvenido. Como dice Elliott Hulse, lo contrario de la depresión es la expresión, por lo que toda expresión artística, corporal y creativa sirve sobremanera.
Finalmente, en el Neocórtex lo importante es la palabra: entender que lo ocurrido era una situación que nos superaba y que no fue nuestra culpa. Aquí, la libre asociación o el análisis de los sueños pueden servir mucho. Dos terapias que se pueden investigar en este aspecto, además del psicoanálisis, son la llamada PBSP psychomotor therapy, creada por Albert Pesso, y el Neurofeedback.
Al final, todo tratamiento del trauma se trata de acabar con la Separación. Un primer motivo es que la inmutabilidad es un concepto relacionado con la Separación, pues la única manera de que algo esté quieto en un mundo en constante movimiento es si está separado del mismo. Visto esto, traumatizarse es separarse, o viceversa, pues significa que frente a una situación apremiante respondimos c0n permanencia a un mundo de impermanencia. Por tanto, la cura consiste en literalmente volver a integrar los pedazos del ser, de devolverle un sentido de integridad y sensibilidad a la persona.
En muchos círculos de “crecimiento personal” se insiste bastante en superar el miedo, casi hasta el punto de eliminar del todo la verdadera calidad de víctimas de muchas personas. Tanto es así, que el pensamiento “Nueva Era” ha dicho que las dos fuerzas en el Universo son el amor y el miedo, convirtiendo así al ego, al miedo o al apego en un enemigo al cual hay que derrotar.
¿Qué tan difícil será entender que la vida no nos pide nada, que no hay que hacer, aprender o conquistar nada? El miedo cumple el propósito de protegernos de un peligro. La clave con las personas que han sufrido cualquier clase de trauma, que probablemente sean todos los seres humanos, no es que nunca vuelvan a sentir miedo, es decir desensibilizarlos, sino más bien devolverles el criterio para decidir cuándo el miedo tiene sentido y cuándo no.
Por esto, ¿es la cuestión tan sencilla como que hasta la “Era de Acuario” o “Nueva Era” todos los seres humanos eran unos cobardes? Esta actitud es llamada por Charles Eisenstein como la ideología de la guerra, y es la constante actitud de que la vida se trata de vencer a un enemigo o de sobreponerse a algún mal, para conquistar alguna meta como la felicidad o la iluminación. Es la violenta actitud de películas de Hollywood y que al final se basa en la Separación, en el ser que dice “Yo no soy el mundo, yo soy distinto a lo que peleo”. Esta es la actitud que domina mucho el tratamiento del trauma o del ego, y que perpetua su fenómeno causante, que es la Separación.
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¿Hasta qué punto superar el trauma o el ego se basa en darnos cuenta que nosotros somos eso, que aquello contra lo que peleamos somos nosotros mismos? No se trata de aceptarnos o rechazarnos, sino de que, cuando aparece el ego o el trauma, es un hecho que está ahí, tan actual como un árbol frente a nosotros.
¿Por qué será que al entrar en contacto con la naturaleza la mente, sin ninguna clase de coacción, entra a un estado de silencio y de atención? La separación de la naturaleza creó el trauma colectivo de habernos separado de nuestro origen. El exilio de nuestro hogar causó mentes muy nostálgicas que no pueden más que recordar un pasado mejor, que no pueden disfrutar el presente. Por esto el movimiento del pasado no podrá ser superado, tal vez, hasta que dejemos de separar nuestros pies de la tierra con el calzado o hasta que dejemos de sentarnos en esos tronos llamados sillas para volver, en una sentadilla, al nivel de la naturaleza.
Así, la Separación es trauma o ego que, como cualquier problema, puede resolverse cambiando la realidad o cambiando nuestra idea sobre ella. Por esto, la única manera de trascender el ego es o renunciar a las pretensiones del pasado o cambiar la realidad cotidiana, de manera que deje de añorarse otro estado de cosas. Es decir, si el ego surgió por el trauma colectivo e individual de la Separación, la única manera de superar esta nostalgia es trabajar en el ámbito político, personal y espiritual desde la Unión, o aceptar totalmente la Separación. Por esto la meditación, entendida como un instrumento que tiene el efecto de que el ego o la parte entienda que hace parte de un todo, sólo puede ser acción si no busca volverse un instrumento más del statu quo.
En otras palabras, la entidad que busca acabar con el ego, es el ego. Si no se quiere que la meditación sea un instrumento más de Separación, se debe entender al ego más como una protesta por nuestros modos de vida que como un enemigo al cual hay que estripar. Si la acción de la meditación puede o no surgir del pasado, el conocimiento, la memoria, las ideas y de lo conocido, es una cuestión totalmente distinta.
Autores interesantes en este tema: Bessel Van Der Kolk y Jiddu Krishnamurti
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