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El origen de la Violencia

Foto del escritor: Instante CronopioInstante Cronopio

Actualizado: 17 jul 2020

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El nueve de septiembre de 2001 el mito y la historia confluirían en un hecho que cambiaría el mundo. Así como la torre de Babel, que cayó porque representaba la ambición del hombre de alcanzar lo infinito por medio de lo finito, las Torres Gemelas caerían y con ellas la ilusión de alcanzar un mundo en paz.

Parecía increíble que, después de que Europa salía de siglos de guerras, el Medio Oriente asumía el protagonismo mundial de la guerra. Tras siglos de ser ignorado, el antiguo problema de la violencia tendría que ser solucionado si queríamos no sólo avanzar, sino sobrevivir como especie.

La violencia ha sido una constante en todos los pueblos y épocas, por lo que es imposible negar que hace parte de lo humano. Canalizada, cumple el propósito de servir a la defensa de los sueños y a plantar semillas de creación a partir de fenómenos de destrucción. No obstante, el ser humano se ha alejado demasiado de su origen. En los tiempos modernos la violencia ha llegado a escalas insospechadas de destrucción, pues cuenta con medios tecnológicos enormes que contrastan con el precario estado psicológico del ser humano.

Por esto, en este post trataremos de estudiar qué ocurre para que una agresividad natural se convierta en una abominación como descuartizar a alguien con una motosierra. No se trata ya de una agresividad espontánea sino de una actitud calculadora capaz de, por ejemplo, planear por meses y meses la manera de tirar una bomba atómica sobre una población civil.


¿A qué se debe la violencia? Comúnmente se dice que la violencia se debe a la maldad o a la naturaleza humana.

Para estudiar la primera, tomemos el ejemplo de los que, para la mayoría, son la muestra de la maldad pura: los nazis. Este partido político llevó al exterminio de millones de judíos, gitanos, homosexuales y eslavos. Sus acciones son un referente de lo bajo que puede caer la humanidad en tiempos desesperados.

No obstante, cuando Hannah Arendt presenció el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, se dio cuenta de algo extraordinario. Este alemán había sido el coordinador de “la solución final”, que era el plan desesperado de borrar de la faz de la tierra a los judíos. Naturalmente, todo el mundo lo imaginaba como alguien más cercano a un demonio que a un humano.

Para sorpresa de todos, Eichmann era alguien parecido a cualquiera de nosotros. Se trataba de un funcionario burocrático que intentaba vivir una vida recta y seguir las órdenes de sus superiores. En su búsqueda por resaltar, no cuestionaba las órdenes ni se preguntaba por las consecuencias de sus actos, sino que simplemente los ejecutaba. Para explicar esto, Hannah Arendt formuló el concepto de la banalidad del mal, que es aquella maldad que no es escandalosa, que convive en actos tan pequeños como cerrar los ojos y tirarse al polvorín. Era, en definitiva, la mezcla de un sistema perverso con hombres incapaces de cuestionar lo que llevó al exterminio de millones de seres humanos.


Por supuesto, las personas no van a aceptar tan fácilmente ser comparadas con los nazis. Por esto, el psicólogo Stanley Milgram realizó lo que se conocería como el experimento de Milgram, en donde diversos voluntarios de la zona de la Universidad de Yale, Estados Unidos, debían asistir a un investigador en un examen de memoria y aprendizaje. Así, en el experimento participaba un entrevistador que debía preguntarle a un sujeto ciertas preguntas. Si este sujeto respondía mal, el voluntario debía aplicarle una descarga eléctrica. Este voluntario no sabía que se estaba realizando un experimento psicológico, ni que las descargas eléctricas eran irreales y el entrevistado era un actor que fingía sentir dolor.


Conforme pasaba el tiempo, el entrevistado fue sufriendo descargas eléctricas más y más altas. Ante cualquier clase de protesta por parte del voluntario, el entrevistador le decía frases como “el experimento requiere que usted continúe” y lo presionaba con la presencia de una cámara. Al final, el 100% de los participantes había aplicado descargas de al menos 300 voltios.

En este experimento, se comprobó que el sentido de obediencia a una autoridad es mucho más fuerte que la moralidad. Todos los principios, preferencias y miedos, todo aquello que compone la personalidad, se ven eliminados en una situación apremiante. En nuestros intereses periféricos, los seres humanos somos la circunstancia, lo cual se va volviendo más complicado una vez se entra más cerca a aquel círculo de cosas realmente importantes para una persona, en donde cada vez se requiere de una situación más extrema para poder romper con el compromiso personal. En otras palabras, alguien como Gandhi era capaz de soportar la humillación de los soldados ingleses, porque para él la no violencia era tan importante como su siguiente aliento.

Entonces, si se trata de buscar la maldad en los Nazis, hay que hablar de un sistema más que de unos hombres malvados. Ahora bien, como se muestra en la película Los Juicios de Nuremberg, la maldad ocurre porque la bondad la deja existir y, al hacerlo, deja de ser bondad. Hitler fue una creación del miedo de los alemanes, de la crueldad del Tratado de Versalles, del repudio milenario de toda Europa en contra de los Judíos, de la complicidad de los banqueros norteamericanos y del mismo Winston Churchill y Stalin. En la batalla del bien contra el mal, si se quieren buscar culpables, no hay más que mirarse a un espejo.

Además, no hay que olvidar que la moralidad siempre ha sido una construcción de los vencedores contra los vencidos. Por ejemplo, en la Genealogía de la moral Nietzsche explica cómo había un tiempo en donde todo lo que hoy llamamos inmoral, era llamado noble. Las personas que estaban en el poder, es decir los nobles, tenían una moralidad basada en aumentar la vitalidad, por lo que se valían de la caza, la voluntad de poder, la guerra y otros valores que eran rechazados por el pueblo. No obstante, con la rebelión de los siervos, que al parecer ocurrió con el auge del Cristianismo, los valores de los esclavos se convirtieron en “lo noble”, por lo que la compasión y el servicio se volvieron la nueva moralidad.

Lo anterior no busca tomar posición en el debate sobre la objetividad/subjetividad de la moral, sino simplemente mostrar que la maldad es una razón muy poco valedera para explicar la violencia. De hecho, la creencia en el mito de la maldad ha sido uno de los factores que más violencia ha causado, pues legitima un discurso que defiende una cruzada, una expiación de los pecados del otro.

Frente a este problema, psicólogos como Steven Pinker han dicho que la violencia es una expresión de la naturaleza humana, lo cual también es problemático. La naturaleza humana es un concepto tan amplio que peca por obsoleto. Si existe una naturaleza humana, se trata de una que incluye desde el odio hasta el amor, por lo que se debe hablar de condición humana, entendida como las circunstancias que llevan a que cierto rasgo humano se exprese en un cierto momento.

Al respecto, el origen de la violencia son la escasez y la separación.


La escasez se refiere a un factor de ausencia de alguna de las necesidades básicas humanas. Entre más primaria sea esta necesidad, más alto es el potencial de violencia. Para esto, es útil ver la pirámide de necesidades humanas de Maslow, que califica jerárquicamente las necesidades humanas.

El ser humano tiene una necesidad de auto-realización y, cuando no la satisface, responde con frustración y violencia. Sin embargo, mucho más básico que esto es no pasar hambre, tener un refugio o sentir el tacto humano. Por esto, la mayoría de personas involucradas en actos violentos tienen vacíos en necesidades materiales como la comida, o en necesidades inmateriales como la intimidad.

¿Cuántas veces no hemos sido violentos con alguien por una escasez de tiempo, llamada prisa, o por una de energía, llamada cansancio? La radical diferencia entre un mismo grupo de personas que se sube a un Transmilenio (servicio de transporte masivo en Bogotá) cuando hay sillas de sobra que cuando no las hay, muestra el poder de la escasez en nuestra conducta. El hombre es un ser con una complejidad de necesidades que, si no se ven satisfechas, dan paso a una búsqueda normalmente violenta por saciarlas.


No obstante, lo anterior no significa que un ser humano no pueda pasar un minuto de hambre sin tornarse violento. Existe una relación entre la escasez y la separación, en donde a mayor separación, menos escasez se requiere para que exista violencia. Por ejemplo, si en una cárcel existe escasez muy probablemente habrá violencia y robos entre las personas para conseguir recursos, como comida y cigarrillos. En cambio, en una comunidad de personas cercanas como los Amish, la escasez sólo unirá a las personas, pues tendrán la meta común de ayudarse los unos a los otros. Es mucho más fácil tener abundancia en grupo que en aislamiento. El límite en el cual los miembros de una comunidad se separan y empiezan a buscar cómo sobrevivir por cualquier medio es mucho más alto cuando las personas tienen una unión entre sí que cuando están separadas.


Si se ve, la diferencia entre el odio y el miedo, es que quien odia no está separado de lo que odia, de hecho, lo tiene tan cerca que a un paso lo amaría. En cambio, en el miedo existe una separación que magnifica la violencia. Ejemplo de este miedo, es la separación entre el actor y lo actuado. Cada vez que la acción se separa de su consecuencia hay una ignorancia que crea la oportunidad para una violencia exacerbada, como cuando las personas de una gran ciudad no tienen una experiencia directa del efecto del consumismo en las zonas rurales. En palabras de Paul McCartney,”Si los mataderos tuvieran paredes de cristal, todos seríamos vegetarianos”.


Naturalmente, en un mundo que está separado de uno, sólo queda el camino del control y la supervivencia. Este ser asustado crea toda clase de muros, mentales y físicos, espacios intocables, inaccesibles y por tanto desconocidos. El tabú, que es lo que existe detrás de estas fronteras, se vuelve misterioso y exótico, por lo que se mezclan sentimientos de terror, curiosidad y asco frente a lo desconocido.

Por esto, cada vez que el ser se identifica por oposición a algo, está declarándole la guerra a toda la humanidad. La persona que se identifica con los creyentes por oposición a los ateos, con los del Real Madrid por oposición a los del Barcelona o con los buenos por oposición a los malos, crea una división entre él y “los otros”. Toda ideología dogmática, sin importar que promueva la guerra o la paz, es un acto violento, pues se basa en una escisión, una separación, un elitismo. Para llegar a una barbaridad como despellejar a alguien vivo, antes debe haber un proceso de despersonalización en el cual el otro deje de ser igual a mi, para volverse en “malo”, “paramilitar” o “loco”.

En definitiva, la violencia es uno de los retos más grandes que tiene la humanidad, pues requiere de abundancia y de unión para ser solucionada. Tras esto, puede que exista todavía una agresividad natural, pues la agresividad hace parte del abanico de expresiones de lo humano y, canalizada, puede ser muy beneficiosa.


La tragedia de nuestra época es que la humanidad se ha centrado en solucionar el problema material, que es la escasez de necesidades físicas, pero ha dejado de lado el problema inmaterial, que son las necesidades inmateriales y la separación.


Además, la escasez hoy en día se ha vuelto una ideología, lo que hace que tengamos una percepción de escasez que crea la ilusión de la misma. En un mundo en donde la violencia se ha vuelto una ideología, los grandes campos de batalla no serán las enormes praderas de la tierra, sino la profundidad de la mente humana.


Autores interesantes en este tema: Johan Galtung y Neale Donald Walsch


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