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“Vosotros, los europeos, tenéis los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo” Proverbio africano
Ninguna doctrina de Dios puede estar completa sin referirse al lugar de las víctimas. Frente a una divinidad que se presenta bondadosa, el concepto de Dios de las religiones del libro es disonante frente a un mundo que parece todo menos sagrado. ¿Cuántas veces nos hemos sentido defraudados y enfadados con Dios por algo malo que ha pasado, por aquél niño que conoció la guerra? La victimización y sus causas es la queja más frecuente contra el Dios que ha planteado el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam, y por una buena razón.
El pecado, el mal y su efecto, las víctimas, son el mayor reto de un Dios moralista en la medida en que si quiere seguir siendo coherente con su bondad debe escoger no abarcarlo todo (sólo ser lo bueno, el amor, y otros sinónimos) o ser incoherente pero abarcarlo todo (ser lo bueno y lo malo, el pecado y el milagro). Veamos cómo Epicuro pone este dilema:
“¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?”
Por esto, cuando Dios se convierte en doctrina se conduce a incoherencias como la que satíricamente pone de presente Kundera:
“Sin ningún tipo de preparación teológica, espontáneamente, comprendí desde niño la incompatibilidad entre la mierda y Dios y, de ahí, cuán dudosa resulta la tesis básica de la antropología cristiana según la cual el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Una de dos: o el hombre fue creado a semejanza de Dios y entonces Dios tiene tripas, o Dios no tiene tripas y entonces el hombre no se le parece”.
Así, parece ser que el tema de las víctimas es crucial para entender un concepto de Dios. No obstante, existen muchísimas formas de concebir a Dios, pues históricamente la búsqueda por lo divino ha sido la búsqueda por un sentido, una razón inmutable que explique el movimiento del mundo. Por esto, entender la manera como se mueve el mundo para alguien es entender su concepto de lo divino, algo que puede tomar la forma de la reencarnación, la evolución o Jesucristo.
A su vez, no se puede desligar una concepción específica de Dios del concepto de tiempo que la acompaña. Para Platón, el tiempo es la imagen móvil de lo eterno. En consecuencia, la manera como se entiende el tiempo muestra cómo se concibe el trabajo de Dios y, así, su carácter. Es decir, tiempo, movimiento, y Dios son conceptos entrelazados que crean nuestro sentido de las víctimas.
Sin embargo, el tiempo es de esas cosas que todo el mundo sabe qué es pero nadie puede definir. Es uno de los conceptos que más varía de cultura a cultura, llegando a imaginarios tan creativos como concebirlo a manera de telaraña o caracol. Por lo anterior, se mostrarán ocho concepciones distintas del tiempo que, aunque no incluyen todas las posibilidades, hacen un mapeo general de las concepciones del tiempo y de Dios en distintas culturas.
La primera concepción del tiempo se llama Newtoniana porque fue Newton quien imprimió en la física la idea positivista de que el tiempo era una variable independiente de nosotros y, por tanto, que era medible. Con esto el inexorable tic tac cósmico empezaría a marcar cada segundo, indiferente a cualquier evento de la vida. Viendo esta presión, se entienden las acciones de los revolucionarios de París en 1830 de ir por ahí destruyendo relojes. El tiempo objetivo crea una escasez en algo que es sinónimo de vida, gritándonos en todo momento que vivir es morir.
No obstante, Einstein vino a complejizar el Universo con la Teoría de la relatividad general. Definitivamente ninguna teoría de algo que se creía absoluto como el tiempo podía entenderse sin tomar en cuenta lo relativo, por lo que entramos así en todas las concepciones subjetivas del tiempo.
La primera concepción subjetiva del tiempo es llamada Moderna porque es propia del periodo que marcaría las Revoluciones liberales hasta, se podría decir, el fin de la Segunda Guerra Mundial. Aquí, existe un destino manifiesto que se alimenta de la idea medieval de que la vida es un intermedio hacia el más allá (en lo individual) o hacia el Apocalipsis (en lo colectivo). Dentro de este espíritu optimista y a la vez miope, se interpretaría la historia como un movimiento de un punto A, inferior, a uno B, superior. Con esta concepción, Europa justificaría el colonialismo y vería a los indígenas como seres que se habían perdido del tren de la historia. Curiosamente, no se sabe si la teoría de la evolución de Darwin apoyaba esta idea o si fue una interpretación de personas como Herbert Spencer para defender la brutalidad de la sociedad capitalista.
Paradójicamente, mientras que con el Darwinismo Social los europeos se creían superiores a los animales, niños e indígenas, justificaban toda su sociedad bajo la premisa de que seguía al pie de la letra las leyes de la naturaleza. Así, en este sistema de “el fin justifica los medios” los victimarios no existen, pues sus acciones se entienden por la mirada finalista de un mañana mejor. Si se entiende a la maldad como algo que es injustificable, en este sistema la maldad no existiría, pues se explicaría como un problema de eficiencia.
Milan Kundera pone de presente la invisibilización de los victimarios en la concepción lineal del tiempo. En La insoportable levedad del ser describe horrorizado cuando, viendo unas fotos de Hitler, llega a sentir una cierta nostalgia por aquellos tiempos en donde la guerra coincidía con su infancia. Sorprendido escribe:
“Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido”
Todas y cada una de estas concepciones del tiempo pueden tener una expresión en lo personal. Así, esta concepción del tiempo viene a ser la idea de que la vida, los días o cualquier hecho tienen un propósito. El utilitarismo se esconde bajo la consigna de que estamos aquí para aprender, hacer o pagar algo. Bajo el discurso de los karmas, dharmas y el pecado original, se esconde la idea de que todos los seres humanos o incluso toda la vida tiene el mismo propósito final, y que al lograrlo vendrá “El fin de la historia”, como lo pondría Francis Fukuyama.
Así, tener éxito en la vida consistiría en interiorizar las reglas de juego y comportarse según ellas. Estudiar duro, entrar a una buena universidad, invertir bien el dinero, no desperdiciar el tiempo en hobbies para algún día pensionarse y finalmente poder hacer lo que se deseaba desde el principio, si es que para ese punto se recuerda qué era. En lo espiritual, meditar todos los días hasta iluminarse y así acabar el ciclo de reencarnaciones, o vivir en gracia de Dios para algún día morir e ir al cielo. Como se muestra en el próximo dibujo, toda vez que haya una meta hay un espacio entre lo actual y lo ideal, y así un tiempo para recorrer esta distancia. Es la urgencia por alcanzar algo lo que crea, como en un plano cartesiano, el concepto euclideano de la distancia más corta entre dos puntos: la línea recta. Es aquí en donde se crea el método, la técnica y el impulso por la eficiencia.
Por su parte, el tercer concepto de tiempo retumba en los escritos de Nietzsche y es su solución macabra al problema de la moralidad. En un mundo donde Dios ha muerto, en donde el hombre ahora debe crear sus propios valores, ¿cómo deberíamos vivir la vida? Toda especulación moriría con el peso inmenso del Eterno Retorno, que es la idea de que todos los eventos que ocurren llegarán a su muerte y se volverán a repetir exactamente de la misma manera, repitiéndose el ciclo infinitamente.
Existen dos maneras de vivir en lo personal esta concepción del tiempo. Si se lee a Nietzsche como supuestamente Hitler lo hizo, el Eterno Retorno es la explicación perfecta para la eficiencia extrema. No obstante, esto sólo podría surgir de una gran ambición propia del Modernismo. Sin esta viene la segunda posición, que afirma la absoluta responsabilidad de ser libres, el enorme peso de ser leves. Aquí ya no existe una dicotomía entre juego y trabajo, entre libertad y responsabilidad. ¿Hasta qué punto la esperanza de una vida después de la muerte ha hecho tolerables los problemas del mundo y, así, los ha perpetuado indefinidamente? Si vamos a repetir esta y sólo esta vida incesantemente, no queda más que hacer de ella un paraíso, sin arrepentimientos ni deseos frustrados.
Aunque se solía pensar que el Eterno Retorno era la concepción que existía en el mundo indígena, producto del trabajo de Mircea Eliade, esto ya no está tan claro. Según Luis Guillermo Vasco, la verdadera concepción del tiempo entre los indígenas es la del Espiral, que es el cuarto concepto de tiempo. Aquí, los hechos tienen una cierta lógica circular que se aplica a diferentes situaciones que van expandiendo el entendimiento de dicha lógica. Así, se repiten los mismos ciclos y estructuras pero en distintos planos, no avanzando hacia una meta final sino expandiendo un origen común.
Subjetivamente, a veces esta concepción se unta de modernismo y se empieza a hablar de procesos en donde las personas repiten un ciclo pero en planos más bajos o más elevados. Lo problemático es cuando bajo este discurso se esconde una jerarquía que busca justificar un estilo de vida y evadir la responsabilidad de escoger, como cuando un vegetariano se cree más elevado porque consume alimentos de una alta vibración.
La siguiente concepción del tiempo se llama Dialéctica porque sigue el proceso de tesis, antítesis y síntesis. Por ejemplo, alguien afirma que fumar es bueno (tesis) y otra persona se opone diciendo que fumar es malo (antítesis), de lo que surge una posición conciliadora que dice que depende del contexto (síntesis). Esta síntesis se vuelve entonces la nueva tesis, y se vuelve a repetir el proceso.
En el plano personal, esta visión del tiempo se traduce en unas gafas que ven todo a partir de opuestos, por lo que buscan la manera de conciliarlos. En el Taoismo, todo en el Universo es yin o yang, los cuales son opuestos complementarios que a través de fenómenos como el sexo, se pueden conciliar. En su versión literal, puede llevar a totalizar la vida en esquemas como femenino/masculino obligando, por ejemplo, a una persona hermafrodita a escoger un sexo oficial. En este esquema todo tiene su lugar, pues la maldad puede ser el contrapeso del bien para que exista armonía, o viceversa. Así, se justifica la victimización como un residuo inevitable de este proceso, algo que convierte al cosmos en un implacable sistema de sumas y restas.
También esta visión permea el discurso de la senda media. En un mundo de extremos, se nos dice que hagamos todo con moderación y sin perder el balance, manteniendo un equilibrio entre dicotomías que hace que la vida se convierta en un acto de cuerda floja.
Por su parte, el posmodernismo tiene que ver con la reacción de un mundo que vio en los nazis la consecuencia directa de llevar al extremo el modernismo. De esta manera, el tiempo Posmoderno diría que todo es relativo y vendría a reemplazar la flecha del destino con una telaraña en donde cada punto es independiente de los otros. Así como en la Teoría del caos, en donde un sistema con condiciones iniciales determinadas produce resultados aleatorios no determinables, en el posmodernismo el origen no determina ni el camino ni la meta. Se replicaba así una visión de la democracia estadounidense en donde cada persona podía lograr lo que deseara sin importar de donde viniera.
Como lo anunció Nietzsche, el siglo XX mataría a Dios, pues con el posmodernismo se eliminaba cualquier clase de destino o lógica detrás del mundo, y la vida vendría a tener cierto parecido con la anarquía del guasón cuando decía: “¿En serio parezco alguien que planea? ¿Sabes lo que soy? Soy un perro siguiendo autos, no sabría qué hacer si los alcanzo. No, yo sólo hago cosas”
La anterior visión puede expresarse en lo personal como una angustia frente a la falta de guía en la vida y en la posible inacción que esto genera. Es decir, si cada persona está viviendo su propio proceso, ya no es posible posicionarse frente a ellos ni juzgar a nadie. En este mundo en donde se nos promueve abrir la mente, todo es potencialmente aceptable, todo se puede perdonar. ¿Es que no es posible entender y perdonar al otro sin necesidad de justificarlo? ¿No es posible convivir en medio de la disonancia y de la complejidad? En un mundo en donde la libertad se convierte en el principal énfasis, las víctimas dejan de existir, pues toda persona vive ciertas experiencias debido a condiciones individuales, por lo que el recién nacido que tiene cáncer puede que lo viva porque en una vida pasada hizo algo que no debía.
Por ejemplo, en el libro Conversaciones con Dios se dice: “Cuando entiendas que Hitler fue al cielo, habrás entendido a Dios”. A su vez, en El secreto se promueve el cambio de la realidad a partir del cambio de nuestras actitudes y pensamientos sobre ella. Siempre hay que preguntarse, reitero, si esta visión del tiempo le hace justicia o no a las víctimas. ¿Es consecuente decir que aquella niña que presenció una terrible masacre en sus primeros años de vida simplemente está pagando un karma y puede superarlo diciéndose que todo está bien?
La séptima concepción del tiempo se llama Browniana debido al movimiento complejo que crean, por ejemplo, las moscas al volar. Para entenderla, podemos ver este fragmento de la película Belleza Americana.
Así, este movimiento es aparentemente caótico y sin sentido, pues va destruyendo con su ritmo espasmódico cualquier clase de patrón. ¿Qué diferencia existe entre este movimiento y el del posmodernismo? La diferencia reside en el motivo. Este es el contexto: en el debate de creacionismo vs evolucionismo, las dos posiciones coinciden en la premisa de que las cosas se mueven por fuerzas externas.
Para la ciencia, todo tiene una causa que representa una fuerza que mueve algo hacia una dirección, en este caso la evolución. Para el Cristianismo, Dios es el motor inmóvil que anima a todas las cosas del Universo, el principio detrás del movimiento. Aunque se las toma como enemigas, tanto la ciencia como la religión tienen la misión común de encontrar esa causa que mueve al mundo, coincidiendo en que nada puede moverse por sí mismo. Así, se asume que el Universo es todo menos sagrado, que la materia por sí misma es todo menos inteligente.
Por ejemplo, Osho habla de que sólo existen dos tipos de religiones en el mundo, las de la meditación o las del rezo. Las primeras creen que Dios está dentro de uno, y las segundas que está por fuera. No obstante, existe una tercera opción. ¿Qué ocurre si no existe una distinción entre lo interno y lo externo? ¿Qué ocurre si las cosas se mueven por sí mismas? El mundo Newtoniano de la física es un mundo en donde fuerzas impersonales mueven objetos, y el mundo Cristiano es un mundo con un Dios celestial que es el motor inmóvil de lo existente.
No obstante, físicos como David Bohm traen a colación la opción de que la causa y el efecto hagan parte de un mismo fenómeno en el que, por ejemplo, el creador y lo creado vengan a coincidir. Dentro de este espíritu, los chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela propusieron la idea de autopoiesis, que significa “un sistema capaz de reproducirse y mantenerse a sí mismo”. El sistema es por sí sólo una nación, que no requiere de una fuerza externa para moverse o crearse.
Es difícil imaginar cómo puede vivirse esta concepción en lo personal, pues lleva a frases tan inexpugnables como “El observador es lo observado”. Mucho más que la concepción del tiempo en espiral, esta visión de un Universo inteligente es la que corresponde a las comunidades indígenas y al animismo, en donde Dios no reside en el mundo sino que es el mundo. Por esto, la próxima vez que alguien diga “todo tiene una razón de ser” habrá que preguntarse si se refieren a la concepción modernista de que existe un destino, o a la concepción totalmente distinta del animismo en donde todo tiene una lógica tras de sí que no necesariamente determina su destino, pues el Universo es inteligencia.
Si se examina, se ve que es imposible que, por ejemplo, un ser humano digiera los alimentos por su propia cuenta. Para hacerlo, depende de las bacterias que constituyen la flora intestinal. A pesar de que sin la digestión no podríamos sobrevivir, normalmente consideramos a estas bacterias como externas a nosotros. Entonces, la definición del ser es un aspecto básico para entender la concepción Browniana del tiempo, pues en esta no existen Universos aislados y autosuficientes, sino más bien no existe separación: la causa y el efecto de cualquier fenómeno termina siendo todo el Universo.
Después de todo esto, hay que llegar a la última concepción del tiempo, llamada Estática. En esta visión, que hace parte de algunas filosofías de la India y que ya se discute en algunos espacios científicos, el tiempo es una ilusión. Puede que existan fenómenos de creación y destrucción, pero en realidad todo está quieto y nada realmente ocurre, pues el tiempo es la medida de la duración que toma moverse de un lugar a otro.
De esta manera, si la parte está quieta o si se mueve con el todo, experimenta la totalidad del tiempo en un solo instante. Así, todos los eventos pasados y futuros estarían ocurriendo en este mismo momento, y sólo requerirían de un movimiento para moverse de uno a otro. Como en la Teoría de Cuerdas, se abriría la posibilidad del viaje en el tiempo.
Lo anterior, resuena en el Mito de la caverna de Platón. El mundo de la caverna y de las sombras es el mundo en donde el tiempo existe, pues toda la materia está sujeta al cambio y por tanto a un movimiento que lleva al deterioro. El mundo de la caverna es el mundo en donde existe la pérdida de energía llamada entropía, que se caracteriza por el incremento de la aleatoriedad. En cambio, por fuera de la caverna sería un mundo en donde no habría el movimiento como lo conocemos. Aquí, no existiría el tiempo en tanto no habría un cambio en los estados energéticos, algún movimiento o cualquier clase de deterioro al que está sujeto la materia.
Lo curioso es que para Heidegger este mundo por fuera de la caverna que él llamaría la nada, por oposición al todo, sí se mueve, aunque no se pueda determinar cómo. En sus palabras, la nada nadea. De todas maneras, sólo se puede decir que algo se mueve con respecto a otra cosa que se toma como quieta. Sin embargo, si todo en el Universo se mueve conjuntamente como un paquete indivisible, podría decirse que se mueve pero que a la vez está quieto, pues su referencia es sí mismo. En otras palabras, para que no existiera el tiempo tendría que haber algo en el mundo que pudiera estar quieto, o todo tendría que moverse de manera sincrónica.
En conclusión, si algo nos muestra el estudio del tiempo, es la dificultad de escoger. Cada una de las posiciones explicadas es problemática cuando se lleva al extremo. Lo que sí es claro es que la manera como se entienda a Dios, al movimiento y al tiempo no puede pasar por encima de quienes llegarían a ser el mayor reto de Dios: las víctimas.
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