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“Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que sospecha tu filosofía” Shakespeare
“Todo es relativo”. Esta es una de las frases que más nos molestan y, sin embargo, rara vez nos paramos a pensar por qué. En el albor de las civilizaciones, la objetividad fue un presupuesto fundamental para coordinar la actividad humana hacia el fin común de entender y dominar en su totalidad a la naturaleza. Con la objetividad, cualquier fenómeno observable del universo podía estudiarse, entenderse y utilizarse para el provecho del hombre, pues el método científico aseguraba que la presencia física del experimentador no dejara marca en la teoría, de manera que el resultado del experimento se pudiera repetir bajo condiciones específicas.
Por este motivo, el edificio de la civilización empezó a exigir la utilidad de las diferentes áreas del saber para su progreso. Leibniz dijo que llegaría el día en el cual dos filósofos, al tener una disputa, no discutirían sino que se sentarían en una mesa, sacarían una pluma y dirían “calculemos”. Poco a poco, se fue reforzando la idea de que habían respuestas y estilos de vida mejores que otros, visión sobre la cual se montaría el colonialismo. Por ejemplo, Francisco José de Caldas decía que la vida civilizada era imposible por debajo de los 1.600 mts sobre el nivel del mar, y la religión católica argumentaba que los afros no tenían alma.
Sin embargo las matemáticas, disciplina modelo de la razón y la objetividad, tenía en sus axiomas problemas que la llevaban a paradojas insalvables. Sería Bertrand Rusell y Alfred North Whitehead quienes se lanzarían en la encrucijada de liberar a las matemáticas de cualquier contradicción en su Principia Mathematica. Con este libro, las matemáticas serían consistentes y completas, es decir, que podían demostrar cualquier verdad con una prueba dentro del sistema. En otras palabras, prueba y verdad sería un binomio inseparable desde el cual se podía explicar toda la realidad en términos matemáticos.
Sería la matemática misma la que mostraría la futilidad de este proyecto. En 1931 Kurt Gödel demostró a través de dos teoremas que de forma inherente a cualquier sistema lógico de una suficiente complejidad no pueden existir a la vez la completitud y la consistencia. En otras palabras, hay cosas que no tienen prueba en matemáticas. Si se basa en algoritmos, pasos claros que bajo determinadas condiciones iniciales conducen inexorablemente del punto A al punto B, las matemáticas no podían probarlo todo sin contradecirse, o ser coherentes y explicarlo todo. Las matemáticas, el santo grial del proyecto científico y tecnológico, eran limitadas.
Se había demostrado que la Verdad era un estado superior a la certidumbre de la prueba, que el misterio hacía parte misma del existir.
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La física cuántica se sumó a la destrucción de la objetividad y del discurso de separación del ser humano de la realidad. El principio de incertidumbre revela que las propiedades que se podían medir, como la posición y la velocidad, eran creadas en el momento mismo de la medición y afectadas por la simple actividad de la observación.
El significado profundo de estas pruebas aún no ha calado en la conciencia popular. Significa que nuestra civilización está basada en un razonamiento que podría decir "las vacas comen pasto y producen leche. El pasto es verde. Entonces, la leche es verde". ¿Cómo imponerle al otro tu verdad? Al no existir un dueño de la verdad, no existe ningún impedimento a que mundos como los chamánicos sean posibles.
También, significa que “El aleteo de una simple mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo”. Como explica el Efecto Mariposa, los seres humanos no somos entidades discretamente separadas del mundo, sino que estamos inmersos en toda su condición. Además, somos mucho más que lógica formal, pues podemos entender fenómenos no-lineales que la razón no puede aprehender. Superar esta brecha, es el objetivo de la inteligencia artificial.
Autores interesantes en este tema: Douglas Hofstadter y Charles Eisenstein
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